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viernes, octubre 18, 2013

Capítulo 23: Nacido para morir.

Claro estaba, hacía unos meses que se cortejaban y después de unas cuantas citas decidieron dar un paso más. César le invitó a su hogar a beber un té para pasar un poco la borrachera, en tanto Antonio asintió con sus ojos achinados.

Mientras conversaban de lo bien que la habían pasado, un momento de silencio se interpuso entre ambos. Rápidamente Antonio ofreció su reproductor de música que andaba trayendo en sus bolsillos. Mientras lo conectaba, César buscó más agua. Ninguno de los dos quería que eso terminara.

Cada vez que sus pieles se rozaban, lograban sentir más la presencia del otro. Fue así como Antonio apoyó su cabeza sobre el hombro de César, mientras con sus dedos acariciaba las manos de su compañero. Esto provocó una excitación en ambos. Sus bultos no eran disimulables, pero a ninguno de los dos parecía incomodarles. Por lo que se acercaron un poco más. César abrazó a Antonio con su brazo derecho, el cual pasó por sobre el hombro. A lo que el aludido correspondió moviendo su cabeza y exponiendo su cuello en señal de ofrecimiento para que los labios de César lo devoraran. Lentamente comenzó a bajar desde sus orejas hasta su mentón. Fue precisamente en ese momento cuando Antonio puso en contacto sus labios con los de su compañero. Sus lenguas se enredaban buscándose en un sinfín de movimientos. Es como si en un gran infinito esas almas de unieran al fin de un largo viaje.

La pasión continuó por unos minutos, ambos ya se habían acomodado en una banca que les hacía de puente entre ellos mismos. A esa altura el té que se habían servido ya no dejaba escapar el vapor del agua y la música del reproductor había cambiado. Ahora sonaba otro artista, uno que para César era desconocido, pero por la voz de su intérprete le pareció bastante agradable. Al ritmo de “Lana Del Rey” y su álbum  “Born To Die” ambos siguieron buscándose hasta encontrarse acariciándose eróticamente. Sus besos ya no solo recorrían desde las orejas hasta la boca. Habían vencido el pudor de ese momento. Por lo que César redirigió sus maniobras. Lentamente atraía a su compañero hasta jalarlo de las manos a su habitación sin en ningún momento dejar de besarlo.

La cama se encontraba sin hacer, sobre ella ropa sin doblar, controles remotos, textos de estudio, hasta el cargador de su teléfono. Eso poco importó para que César de dejara caer atrayendo sobre él a Antonio, el cual con el movimiento botó algunas cosas que se encontraban sobre la cama, lo que para el momento poco importó. De inmediato, Antonio retiró su polera, dejando ver su cuerpo. No era una mezcla perfecta, nada de abdominales duros cono una roca, ni pectorales como el mármol, pero lo suficiente delgado como para demarcar su cintura y lo suficientemente fuerte como para mover a César con un solo brazo. En tanto César tampoco se quedaba atrás, su principal característica era aquel vello en su pecho que dejaba ver sus pezones erectos y de los cuales Antonio se encargó de mantenerlos así con su lengua, luego con sus dedos, mientras seguía lamiendo su cuerpo. Los olores que se mezclaron en el ambiente formaron un perfume del cual ninguno pudo quedar absorto. Sus sexos se tocaban y emanaban liquido del cual ambos se encargaban de borrar con sus bocas.

El perfume, la transpiración, el sexo y el sudor hicieron tomar las decisiones de dar aquel paso que ambos esperaban. Los roles ya estaban asignado desde hace un momento, mientras uno sacaba un condón del velador, el otro lubricaba su esfínter con un poco de saliva. Lentamente se asumieron el uno sobre el otro. En un principio la reacciones eran lentas, había que evitar que el dolor fuera agudo y hacerlo que se convirtiera en placer, al cabo de unos momentos todo el dolor había desaparecido y seguían los movimientos naturales de sus caderas. Los susurros en el oído del otro producían más excitación. Los quejidos les erizaban y acrecentaban los espasmos de sus vientres en un vaivén hasta sentirse cada vez más unido el uno al otro.

Todo acabó en un estallido de luz que se coló por la ventana. Los cuerpos debían ser limpiados de sus hombrías, por lo que se separaron un momento para asistir al sanitario. Al volver a encontrarse nuevamente en la cama, juntos se abrigaron con sus cuerpos desnudos bajo las frazadas que habían sido recogidas del suelo por el dueño de casa.

César y Antonio permanecieron juntos durante toda la mañana, pero al acabar el día debían separarse, nacieron para morir, pero esta vez lo hicieron juntos en medio del infinito. Las vidas debían seguir. Antonio debía viajar nuevamente a la capital para seguir sus estudios y el trabajo que le había asignado Gustavo hacía unos días atrás.