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Espero que les gusten las historias. Dejen su marca una vez leidas.

viernes, agosto 11, 2006

Historia 5: Tabaco Perfume y Naftalina.

Hace unos días tras se me acerco un tipo, de apariencia. . . Yo diría que normal, de estatura promedio, un metro setenta aproximado, de contextura delgada. Cabellos cenizas, tez pálida y arrugada, con ojos grandes almendrados, su sonrisa era blanca como la nieve en la cordillera. Si vestimenta me llamo mucho la atención, parecía como si hubiese buscado lo mejor para acercarse a mí. Un traje 2 piezas color verde azulado oscuro, una camisa gris, corbata a rayas, calzado negro recién lustrado y una correa con una hebilla color oro la cual a la luz del sol desplegaba un brillo intenso que ni mis gafas lograron detener. El olor que expelía me parecía conocido – me hizo recordar la casa de la abuela – era una mezcla entre tabaco, naftalina, y algún perfume de buena calidad.

Este caballero a primera vista bordeaba los 50 años. Se me acerco con la clara intención de hacerme una pregunta:

-Disculpe joven – dijo con una voz profunda – ¿Usted sabe donde queda el edificio Central?
-Si, debe seguir por esta calle, tres cuadras más hacia el poniente, justo ahí esta el edificio.
-Es que vengo de allá y me han mandado para acá, la verdad estoy un poco perdido ya que no soy de estos lados.
-¿Está seguro que así se llama el edificio? – Le pregunte quitándome las gafas – ¿No se habrá equivocado?
-Si, lo estoy – dijo con una voz un poco insegura – pero tendré que seguir buscando si no perderé la hora.
-¿Y usted de dónde es?
-Del sur, vengo recién llegando y tengo que arreglar unos problemas familiares, pero hasta para eso me dan hora.

La cara de angustiado que tenia el pobre hombre era inimaginable. Además cargaba un pequeño bolso, el cual parecía bastante pesado. En esos momentos me entro un sentimiento de culpa.

-Caballero, ¿Tiene la dirección exacta?
-Aquí la ando trayendo – en esos momentos se apresuró a sacar una pequeña libreta de uno de sus bolsillos – esta es la dirección.
-Ahora entiendo – dije viendo la hoja de esa libreta – Usted tiene que seguir por esta cuadra tomar locomoción para llegar a ese lugar, son como 10 o 12 cuadras hacia el poniente.
-¡Tanto! Bueno seguiré caminando entonces – dijo con una voz cansada y desalentada.
-¿Si quiere lo acompaño? Yo también voy en esa dirección.
-No se preocupe, además vengo con el dinero justo, ojala que alcance a solucionar mi problema.


En esos momentos mi corazón sufrió un quiebre emocional. Ese hombre estaba tan preocupado de llegar a su cita que iba a caminar lo que fuera necesario, por otro lado no tenía el dinero suficiente como para pagar locomoción. Yo justo tenia un poco de dinero que me habían devuelto por la compra de unos artilugios para mi hogar. No lo pensé mucho y decidí acompañarlo, pero no lo acompañaría caminando las 10 o 12 cuadras que quedaban.

-Caballero, que le parece si caminamos hasta la esquina y tomamos locomoción, yo le pago el pasaje, para que alcance a llegar y no pierda la hora de si cita, aparte yo también voy en esa dirección.
-¿No será mucha molestia? – me pregunto con una cara de sorprendido – de verdad se lo agradecería mucho.

Caminamos hasta el paradero de taxis que estaba en la esquina. Como es de costumbre hable con el chofer que me conocía. Ya camino al edificio este caballero me contó que venía porqué un familiar estaba un poco enferma, a lo que no di mucha importancia en ese minuto. Lo que más me intrigaba era saber por que le habían dado hora para llegar, a lo que me respondió: “Lo que pasa es que mi hermana tubo que pasar la noche en ese lugar, además esta cerca del Terminal por eso debo llegar a la hora que ella me dijo por que después se va de ahí, se va a si casa de verdad y la otra dirección no se la alcance a pedir” la verdad no le entendí muy bien la explicación, pero lo que si entendía es que yo también estaba encima de la hora. Ya llegando al destino me baje una cuadra antes que este caballero, que a todo esto no tenía 50 años, si no que 75. Le pague al chofer y me despedí de este anciano, le deje una de mis tarjetas por si necesitaba ayuda.

Después de una semana aproximadamente recibí un correo, era este anciano dándome las gracias por el favor que le había hecho. Me preguntaba como estaba y si había alguna posibilidad de juntarnos para tomarnos un café en el centro, me quería comentar como le había ido en sus trámites familiares, por lo que me adelantó en su correo su sobrina estaba un poco complicada de salud y su hermana no podía pagar el total del tratamiento. También quería conocerme un poco más, ya que según él personas tan amables como yo ya no quedaban, esto último me llamo mucho la atención – Para mí ser amable con un anciano no tiene mucha ciencia – Al terminar de leer el correo me di cuenta de muchas cosas. Las lágrimas corrían una vez más por mi rostro, haciendo un camino más por mi piel ya irritada por tanto llanto.

No quise ser descortés con el anciano, le explique que ya no estaba en la ciudad por motivos de trabajo, pero que cuando estuviera de vuelta por el sur me escribiera nuevamente para ponernos de acuerdo para tomarnos un café bajo la lluvia que en esos días mojaba mi corazón.

1 comentario:

PauloChe dijo...

Quede tocado por el texto, imaginando el rostro de este esforzado hombre.. y lo valioso de sus lineas, al ser capaz de tomar peso de un acto que pareciera común, que al menos algunos creemos que es parte del sentir por cualquier otro...

Tal vez nos perdimos, y esas sencillas cosas, ahora se han vuelto excepcionales...



un abrazo...