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martes, septiembre 05, 2006

Historia 8: Una Maleta y Una Servilleta.

Acababa de salir de la ducha y me dirigía a mi habitación. Una vez vestida bajé a preparar el desayuno. Coloqué el hervidor que me había regalado mi hija (según ella las teteras habían pasado de moda) mientras hervía el agua prepare mi jarro junto con un pan tostado y mermelada, tal como me lo indicó el médico. Me senté, encendí el televisor para que me hiciera compañía, como todas las mañanas. En esos momentos estaban hablando de las crisis que pasan las familias Chilenas en algunas etapas de sus vidas. Debo reconocer que me sentí identificada con algunos de los testimonios que mostraron. De un instante a otro me vino una corazonada. Algo malo estaba sucediendo con algún familiar.

Sonó el timbre y la situación angustiante invadía mi alma una vez más. Deprisa me levante y fui a la puerta, al mirar por la ventana vi a mi hijo menor. Una de sus manos sujetaba una maleta, en la otra buscaba las llaves para poder entrar. Creí que volvía a casa tal como lo hizo en más de una ocasión. Se dirigió hacia la mampara y me saludo con un beso en la mejilla.

-Hola madre, ¿Cómo está?
-Bien, estaba tomando desayuno ¿Me quieres acompañar?
-Sólo vengo de pasadita – Respondió mientras entraba junto con la maleta – vengo a buscar unas cosas y me voy.
-Pero cómo. . . ¿Ni si quiera vas a acompañar a esta vieja que te quiere tanto?
-Lo siento madre, pero estoy apurado.

En ese momento me di cuenta, mi presentimiento se confirmó. Él nunca hacia visitas tan cortas. No quise insistir más. Lo conozco tan bien, si lo hubiese hecho él descargaría su furia contra mí.

Él subió a su habitación, la cual estaba intacta, tal como la dejo la última vez que se fue. Mientas fui nuevamente a la cocina. Le preparé una colación al igual cuando iba a la escuela, un jugo de durazno, una manzana y un pan con queso. En una servilleta le escribí una nota que decía más menos así: “Hijo, recuerda que te amo, no dejes de confiar en mí. Pase lo que pase aquí estaré para ti”. Envolví todo en una bolsa de papel y la deje en la mesita del teléfono que estaba al lado de la puerta.

Percibí que el ambiente se volvió tenso, no por mi parte, si no por parte de él. Subí al segundo piso con la excusa de mostrarle las últimas pinturas que hice. Al entrar en su habitación el panorama era desalentador.

La maleta tirada en el suelo. Dentro de ella una pilchas y unos manuales de usuarios de sus equipos. Alrededor unos trozos de vidrio quebrados, eran de un porta retratos. Los cajones de su velador y su cómoda estaban volcados uno sobre otro, como si algo buscara. Él estaba arrodillado junto a la cama llorando como un niño si consuelo. Mi corazón se tuvo que aguantar para no estallar.

-Hijo ¿Qué es lo que te sucede?
-Nada madre. . . Ya no puedo más con esto, no doy más. . . todo mi mundo se viene abajo. Madre, ¡no quiero que esta caída me lleve bajo tierra!
-Hijo si me cuentas podría ayudarte.
-Ojala pudiera hacerlo, pero este es mi problema.
-No me vengas con esas tonteras, ¿Te has tomado las pastillas? Apuesto que no.
-Lo que me faltaba, estoy mucho más cuerdo de lo que cree mamá, no necesito depender de una pastilla por el resto de mi vida.
-Hijo, ese tema ya lo hemos conversado una y mil veces. Por favor cuéntame que es lo que pasa.
-No me obligues a hacerlo, no deseo recordarlo.

Se puso de pie y cerró la maleta. Dio vuelta uno de los cajones y encontró lo que buscaba. Lo puso muy rápido en su bolsillo y salio por la puerta de su pieza tratando de arrancar. Lo seguí hasta la puerta. De un tranco se detuvo en la mampara y sin mirar atrás dijo: “Adiós madre, si llama alguna persona dígale que no me ha visto. Yo estaré bien, no se preocupe, cualquier cosa la llamaré”. Nuevamente se fue de mi lado. Mi hijo estaba en una nueva crisis, esta vez no pude hacer nada para ayudarlo, excepto darle el espacio que me pedía.

Tomó la bolsa de papel y abrió la puerta. Lo ultimo que dio fue “Gracias por la colación. Recuerde que la amo” y cerro la puerta. Fui a la ventana para ver si volteaba. . . el orgullo lo guió calle abajo.

Quedé sola en casa, lo único que se escuchaba era el ruido del televisor y mi respiración agitada por la conmoción.

Caminado como un zombi subí a su habitación. Trate de ordenar un poco el desastre que quedó después de ese altercado. Una vez terminado ese trabajo me dedique a observar lo que se había llevado. Faltaba ropa de invierno, unos libros, una lámpara y su Pasaporte. . . Nunca más lo volvería a ver.

El teléfono comenzó a sonar, era su pareja, la voz de desesperación que tenía no me dejo cumplir lo que mi hijo me pidió antes de irse.

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